¿Podemos pedir perdón a un difunto?
 

 

La petición de perdón no es un truco. Es un acto humilde, en el que la libertad reconstruye el amor.

Sucede a veces que nos arrepentimos de no haber pedido perdón a alguien antes de que se muriera. Sobre todo cuando la muerte ha sido de modo brusco. Vienen a la memoria momentos que se habían olvidado. Vemos todo lo que hemos hecho mal: faltas muy precisas, pero también esas impaciencias con los hijos, con la esposa, esas pequeñas faltas de amor; se lamenta el bien que no se ha hecho. Otros, incluso sin tener el sentimiento de culpa, tienen esta impresión dolorosa: "Se ha ido antes de que pudiéramos llegar a entendernos mejor." Hubiéramos querido amar más.

¿Qué hacer? Ya no está aquí, ni para escuchar mi petición de perdón ni para responderme.

En esta situación, incluso si no se es ni cristiano ni creyente, el pensamiento de la vida eterna nos ayudará. Porque, y nos damos muy bien cuenta, si la vida de esta persona no se termina aquí abajo, hay "más allá" de la muerte, un misterio: todo lo bello, lo profundo, lo verdadero, todo el amor dado por esa persona no puede reducirse a una ilusión.

No es solamente un grado de inteligencia lo que nos separa de los animales. La única diferencia con los simios no es sólo un poco de habilidad con los dedos y una manera mejor de enterrar a los muertos.

Lo que nos distingue es la capacidad de hacer actos de eternidad. Eso es tener un alma: sí, más allá de la muerte persistirá lo que en nosotros ha buscado lo verdadero, lo que en nosotros ha contemplado la belleza. Haber visto sonreír a un niño y haberle amado.

El amor no muere. Incluso si no sabemos muy bien lo que es, sabemos que en el fondo de nosotros mismos hay "algo". Si hay algo, si el alma del difunto vive en algún sitio, ese difunto puede perdonarnos. ¿Cómo hacer? Dirigirnos a él, con sencillez, desde el fondo de nuestro corazón y pedirle perdón. No es un acto psicológico. Es un acto en el que hay un aspecto psicológico y algo más: una dimensión existencial. La petición de perdón no es un truco. Es un acto humilde, en el que la libertad reconstruye el amor.

Pedir perdón a la persona muerta, que creemos que vive en "algún sitio", constituye la primera etapa indispensable.

La segunda etapa, también importante, es aceptar el ser perdonado.

"Mi marido se ha suicidado, confiaba una mujer joven. Tenía una depresión muy fuerte pero, ¿cómo considerarme totalmente inocente de su desamparo?" Esta mujer buscó ayuda para poder discernir lo que "realmente" era del orden de faltas de amor de su parte, rechazando lo que era del orden de la confusión y de la falsa culpabilidad. Se fue a confesar. Y, perdonada por Dios, pudo aceptar que su marido también, más allá de la muerte, respondiera a su llamada y la perdonara.

En otro caso, un médico cristiano aconsejó a un hombre que no creía – o que era por lo menos poco creyente – que fuera a la tumba de la persona y que le pidiera perdón. "Y al volver a su casa, añadió, acepté el ser perdonado."

Los que no tienen ni la fe en Dios ni la confesión (o sacramento de la reconciliación) tienen sin embargo la posibilidad de actuar: tienen siempre en ellos una capacidad de amar y de hacer actos libres de amor y de libertad. A veces, hablar con otra persona y pedirle perdón en el lugar de la persona muerta, permitirá formular realmente una petición de perdón, y aceptar ser perdonado de verdad.


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